Introducción
La permanencia del poder como componente estructural de la existencia y de la historia humana es merecedora de una parte exclusiva de nuestra atención. Bajo sus múltiples formas, jerárquicas, socio-económicas, dogmáticas, intelectuales y en fin políticas, el poder ofrece al ser humano una incalculable serie de posibilidades y problemas que se manifiestan en el curso de la historia. De todas las formas culturales abordadas por Culleré en su obra, el Estado aparece sin duda como una de las más complejas en su estructuración y su perene existencia.
El Estado está en gesta en cada cultura como una estabilización de las formas de vida social, una proyección de la sociedad hacia su propio ideal de durabilidad en el torbellino de la acción destructiva del tiempo. A la vez, el Estado da una base estable y un marco poco alterable a una sociedad. Así como los romanos acertaban que no hay sociedad sin derecho, sin jus, así Culleré afirma que “no hay sociedad sin Estado”, esa “macroforma [o] forma arquetípica del ordenamiento social y jurídico”. El Estado cautiva la humanidad por su aparente necesidad en todos los dislates y confusiones que parece tener la existencia humana, tanto individual como colectiva. El Estado se justifica a si mismo como mayor contrafuerte de la cultura y la civilización.
Su importancia llega a ser tan ingente que todas las otras formas culturales gravitan en torno a ella, propiciando así a una filosofía como la de Hegel para quién “dentro de la estructura del proceso, es el componente por antonomasia del mismo”. Rápidamente, el Estado adquiere una propensión totalitaria incontrolable por el hombre a nivel individual. Si bien conlleva esto problemáticas altamente complejas como el hecho de escindirse de otras formas culturales como lo son las Iglesias, o el colindar conflictivamente con el orbe económico, el Estado parece aspirar a apoderarse del individuo, deshaciéndose de su particularidad para integrarlo de manera definitiva en el cuerpo social racionalmente construido a través del inexorable progreso.
Todas las formas políticas que el historiador argentino observa a lo largo de la historia parecen indicar que su finalidad es el Estado que atrae con una inexorable fuerza hacía sus más oscuras consecuencias a la humanidad. Sin rescoldos de duda, tras haber sido aleccionado por el siglo XX en sus estrépitas tentativas de totalizar sociedades, pueblos y formas culturales, sea esta la razón por la cual Culleré propina con desconfianza a esta macroforma: “el Estado es por su índole y naturaleza una entidad maléfica”.
Con este artículo, a manera de resumen de las reflexiones sobre el poder en la historia general y las macroformas que le dan una estructura en el proceso histórico, se inicia esta serie de artículos cuyo rango va del estudio de nociones como el vacío del poder hasta consideraciones sobre el legado y la actualidad del pensamiento político de Maquiavelo. En él, cabe notar el acerbo pesimismo con el cual Culleré trata las expresiones históricas de poder, inevitablemente dirigidas a sus propios excesos y al descontrol, aliado a la gran lucidez historiográfica que usa para penetrar en los repliegues de los procesos histórico-políticos.
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