Bienvenidos a la digitalización del opúsculo "Las tres vertientes de la Historia de la Cultura". Aquí encontrarán una reseña de la obra y el acceso a los ensayos que la componen.
Esta pequeña obra introduce al lector al fondo y a las características de la historia de la cultura. Asienta las bases del compendio historiográfico que son los Temas definiendo así un sistema de interpretación de los hechos históricos y una vista de conjunto de múltiples temas de la historia universal. Este opúsculo se presenta como una colección de cuatro ensayos sintéticos que al recolectar estructuras, inspiraciones e ideas de las cumbres, en aquella época, de la teoría en cuanto a historia, sociología, ofrece una clarividente descripción de la historia de la cultura. Mas, antes de describir y explicitar las tres vertientes en juego, dediquémosle nuestra atención a una aclaración esencial para entender el propósito de la obra de Jaime Culleré.
El opúsculo comienza con la afirmación de un principio director de la historia de la cultura, definiendo así que “una de las fundamentales tareas de [dicha ciencia] consist[e] en una investigación del pasado con el fin esencial de encontrar las notas más importantes del pasado susceptibles de nutrir el presente”. Dicha premisa corre como una trama por todo el ensayo y es afinada por el filósofo cordobés a través de disquisiciones y cotejo de autoridades. Como un primer arbotante que mantiene este postulado práctico, Culleré recurre a la teoría nietzscheana de las tres formas de la historia y su utilidad. Recordemos que en las Consideraciones intempestivas, Nietzsche asevera que la práctica del historiador puede tomar el camino de lo “monumental”, lo “anticuario” o lo “crítico”, y que, al obstinarse por una de las tres y descartar las demás, se llega a una historia contraproducente, sumida en sus conjeturas propias y desligada de la realidad común, volviéndose así una práctica nocente tanto para el historiador como para quien busque un respaldo en su obra. La historia, pues, debe ir orientada a la gestación de ideas nuevas y que engrandezcan por el conocimiento de las características y los aspectos que compusieron al pasado.
Como arte y ciencia, la historia no es solo una actividad humana, sino que también tiene al humano como sujeto y objeto, como base y como finalidad. Esto es lo que el historiador argentino concibe al afirmar que “la historia se realiza en última instancia para el hombre y se revela como algo que concierne definitivamente a los humanos ” y que, por ende, la historia “debe realizarse por alguien y para alguien ”. Ojo de una época sobre otra; observación de hechos consumidos para entender y alimentar la hoguera de los hechos presentes. La historia de la cultura se presenta, pues, como un arte del hallazgo, de la delimitación, interpretación y reconstrucción de su objeto que se da a la humanidad para la mejor comprensión de su ser en toda su complexión, tanto material como espiritual, y el proseguimiento de la aventura humana.
Pasa después el filósofo argentino a enumerar y describir los orígenes y las mencionadas “vertientes” de la historia de la cultura.
La primera es la apertura y la expansión del intelecto antropológico a las vivencias y realidades del mundo que en su exotismo, su singularidad (ya sea por la lejanía espacial, o la remotidad temporal de su existencia) por medio de series de “descubrimientos”. La búsqueda “filológica” (según una concepción nietzscheana de la filología) rebotó en el siglo XIX con el estudio de las culturas dichas “primitivas”, de mundos o áreas que no eran aquellos acostumbrados por las civilizaciones mayores. El indagar la esencia de estas culturas, buscar el humano en sus creaciones y formas resultó ser un cuestionamiento profundo de la concepción de humanidad y de la manera de ser humano hasta ese momento prevalente en las ciencias occidentales. Con el fermento de lo universal en el seno de la civilización occidental, se dio una competencia intelectual por la valía de la historia a una escala que sobrepasara todo lo que Culleré llama entonces la “limitación provinciana ”.
Citando a Ortega y Gasset, el filósofo argentino recalca allí la característica irreversible de dicha “ampliación del horizonte histórico ”, que involucra irremediablemente en el proceso de la historia occidental a todo el mundo.
Este estallar de la historia de la civilización occidental ha conllevado igualmente el hacer volar los marcos de interpretación clásicos de la historia y en particular su subdivisión en tres grandes períodos. A la par que se expandía el ámbito de la historia a las lejanías de la Tierra, se dilataba la concepción de la historia en el tiempo, convirtiendo las rupturas, transiciones, cambios y evoluciones en fenómenos llenos de sentido para explicar y decidir en el presente.
Así pues, una primera vertiente de la historia de la cultura es su aspiración a lo universal, ya sea en términos de espacio o de tiempo, buscando así la comprensión de la historia en su globalidad como procesos que son fuente de factores, de formas susceptibles de interesar al presente.
La segunda raíz de la historia de la cultura es más del ámbito de la metodología. Se trata de la crítica de las fuentes, es decir, la categorización de las fuentes y su análisis. Esto resulta, según Culleré, de la diversidad de las culturas como de las formas que la componen, aún dentro de una misma área histórico-espacial. Se trata, conforme a la explicación del filósofo argentino, de un conjunto de técnicas, de “nuevos conceptos que penetrando en lo interior de [las culturas], por una suerte de introspección, revel[en] su mecanismo ”. Sin embargo, no se trata aquí de lo que llama “una tarea que se agota exclusivamente en la edición y escrupuloso tratamiento de las fuentes sin discernimiento de lo especial con lo accesorio ”, sino de una manera de ponerse (por decirlo así) en el lugar y posición de quien se investigue, del ser histórico en su dintorno y con sus ideas, para entender el proceso del espíritu de dentro.
Por último, la tercera vertiente es una teoría de la cultura, que cabe separar de una forma de culturología (teoría de las culturas primitivas con base en los hallazgos arqueológicos) cuyos resultados son insuficientes para entender el devenir del espíritu en los procesos de la historia universal. El entendimiento de la cultura, según la reflexión de Culleré, se da por un entendimiento del ser humano y un cuestionamiento ontológico sobre este. El rechazo de la reducción de la historia humana a una imagen matemática y determinista, que el filósofo argentino sitúa en la obra de Vico, es una recuperación de la dimensión humana que es la esencia y la matriz de las características propias de los procesos por los que pasan las culturas.
Según Culleré, pues, la historia de la cultura se fundamenta en una nítida distinción de la naturaleza y de la cultura, recuperando así su objeto de manos de los pensadores que inauguraran las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften) en la Alemania de finales del siglo XIX y principios del XX.
Es sobre este último aporte que se centra el segundo ensayo del políptico, sobre la sociología de la cultura y el apero de ideas de Alfred Weber.
Sin duda uno de los pasos más significativos que da Culleré en la definición de la historia de la cultura, concebida desde su propio interior, es su rasgo espiritual que apoya en la lectura de Huizinga. Acorde a la filosofía del autor neerlandés, Culleré describe la historia de la cultura como “un juicio de valor” sobre los elementos que “el espíritu subjetivo, ha decantado, objetivándose, en el transcurso del tiempo” y, por ende, citando a Huizinga, como “la forma espiritual en que una cultura rinde cuentas de su pasado”. La actividad del historiador no se limita pues a una reconstitución estética de un pasado nostálgico o aborrecido (por especular dos afectos opuestos que puede inspirar el pasado de una cultura), y menos un posicionamiento axiológico sobre los hechos y fechorías de los antepasados. Su responsabilidad es revivir el espíritu que presidió a una época, que la llevo adelante hasta producir las consecuencias que hoy subsisten, aun cuando su sustancia objetiva ha dejado de existir. Las lecciones que proceden de esta revivificación son pues producto de la continuidad y las rupturas del mismo proceder de la historia, de sus mudanzas. De la mano del historiador no son tanto como un artificio, sino como un silogismo para un filósofo, acompañando así a la humanidad en sus decisiones futuras.
Esta última responsabilidad recae en los historiadores por la importante dimensión que tiene la narratividad en la existencia de las culturas, como agregador del orden fáctico, ya que como lo recalca Culleré reformulando a José Luis Romero, ambas dimensiones van entrelazadas y se complementan en un ciclo de formulación de representaciones de lo fáctico que conduce a la actuación en este último orden. El orbe de las ideas, símbolos, ideales, utopías, mitos y sagas, y el de la actuación humana no colindan, sino que se entrecruzan y se compenetran para crear a las culturas. La tarea del historiador de la cultura es entonces (evitando una fría representación de los hechos de manera estética o inerte, así como la producción de mitos como lo recuerda el filósofo argentino ) entender el proceso de las culturas, de las civilizaciones, desde su integridad, como el reflejo de la conciencia de la cultura sobre su propio acontecer.
Siendo así, aparece imposible para el historiador de la cultura omitir el rubro de las ideas que son las que potencian el desarrollo de las formas históricas, a veces lo conducen y prefiguran, o alientan. Tanto así que la aspiración del historiador de la cultura es entender las aspiraciones profundas que sacan la historia a galopar.
Ahora bien, si la historia de la cultura está esencialmente ligada con las ciencias del espíritu, previamente mencionadas y expuestas, no por ello se sustrae al aporte de las ciencias “naturales”, o de la arqueología y paleontología y sus ramificaciones, ya sean los estudios evolucionistas o darwinianos, o la etnología. No obstante, el historiador cordobés se empeña en subrayar las delimitaciones entre la historia de la cultura y lo que denomina la “culturología”, forma de acercar los fundamentos de las culturas “primitivas” según el método de las “ciencias naturales”. Considerar sus resultados, según el historiógrafo, no es doblarse a su perentoriedad que provocaría falsas aproximaciones de las evoluciones de las culturas más allá del estado “primitivo”, pues sería obliterar el florecimiento del espíritu con el deliberado propósito de atenerse a las pruebas tangibles. Afrontar las cuestiones del devenir histórico de las culturas, es aceptar explorar los complicados penetrales del espíritu encarnándose. Es, pues, aceptar el cuestionamiento filosófico y psicológico que conlleva todo el espesor de la historia humana. Precisa entender esta etapa de la presentación para comprender la posición de Culleré en cuanto a la época prehistórica, que, pues, no se desliga de las que le siguen.
El último ensayo que compone este cuadríptico, sino la predela de un tríptico metodológico, trata del concepto de “Tiempo-Eje” traído a luz por Jaspers y desarrollado posteriormente en los Temas como un concepto funcional del análisis historiográfico de Culleré. En resumidas cuentas, se trata de la concepción de un período histórico universal de consecuencias definitorias para la humanidad y el planeta enteros, pues, según Jaspers, en una sección de la historia universal acerca del 800 antes de Cristo al 200 de nuestra era común surgieron los hechos y los personajes que dieron impulso a las tres grandes civilizaciones que han florecido hasta el día de hoy en tres zonas cuya contigüidad ha permitido la fluencia de ideas y mitos: la China, el Occidente europeo y una vasta región desde el Creciente fértil hasta la India, que han sido las cunas de las ideas y procesos que hasta hoy evolucionan en civilizaciones poco a poco más complejas y portentosas.
Lo que connota entre estas tres áreas en este momento crítico de la historia, que podríamos atrevernos a llamar, según leemos las descripciones de Culleré, un kairos de la historia universal, no es la similitud de los logros y acontecimientos, sino un factor semejante que es la aspiración del espíritu de la cultura al universal por un descubrimiento del “hombre” (entiéndase del humano) que se pone al centro de los sistemas de pensamiento y de acción.
La pertinencia de apelar a este concepto en un ensayo como este sobre la naturaleza de la historia de la cultura no es la creencia (en nuestra humilde opinión, asaz discutible) en esta categorización historiográfica del filósofo suizo-alemán. Se trata más bien de percibir el momento en el que la consciencia cultural se vuelve historia, como lo dice el historiador argentino en sus palabras:
“Este conjunto de novedades, esta ascensión a nuevas etapas de una vida plena de íntima expresividad despierta la consciencia de los hombres creando una especial vocación para considerar la existencia humana, la que se convierte en historia, y ésta en objeto de reflexión […] ”
En colofón de estas razones, parece ser que para el historiador de Córdoba, el “Tiempo-Eje” represente sobre todo un gran momento de profundización de la humanidad, tomando así consciencia del devenir, posible cambio y perspectivas de sus culturas, que, por más que haya podido ser difuso antes de ese desfiladero histórico, actúa como el catalizador de las aspiraciones humanas más penetrantes y subyacentes en el proceso histórico. Como lo subraya Culleré, le yerro estaría en afanarse en encontrar las causas misteriosas que llevaron a esta encrucijada de la historia. Así pues, podemos resumir la utilidad del concepto de “Tiempo-Eje” para Culleré como “fundamento de nuestra imagen de la historia universal, como algo que es común a toda la humanidad ”.
Así pues, la historia de la cultura se manifiesta como la aspiración del espíritu humano, encarnado en su historia (tanto en lo sucedido en el momento presente como en la responsabilidad de lo que está por acontecer) y consciente a identificar lo más característico de cada proceso, de cada etapa histórica en su variedad de formas y de sucesos, para informar a la humanidad actual en su acción. Se trata pues de un auto-entendimiento del humano en las fases de lo que fue, de lo que ya no es, de lo que lo llevó a ser lo que es y de lo que está siendo.
Thibault López Brunner
A continuación encontrará los ensayos pertenecientes a esta obra, editados por la Universidad de Córdoba en 1961.